PRESENTACIÓN
Hay compositores en la historia de la
música que han tenido un impacto duradero en su entorno, que han provocado,
cual piedras lanzadas a un tranquilo lago, ondas de expansión que afectaron
significativamente el sonido de su época y de las épocas siguientes. Algunos
son conocidos a nivel mundial y otros fueron relevantes en una época y lugar
determinados, pero no por ello son menos importantes ni menos dignos de ser
conocidos.
Uno de estos compositores fue Luis
Duncker Lavalle, un hombre aureolado por el prestigio docente y erudito de su
padre, (alemán de nacimiento, llegado a una ciudad provinciana que necesitaba
desesperadamente construir su propia identidad y halló un camino para hacerlo
en las artes y la educación, requisitos indispensables para el progreso.), de
una gran inteligencia y de un demoníaco talento en el piano, improvisador nato,
poseedor de una amplio conocimiento de idiomas, literatura y arte, dueño de un
espíritu creativo de exquisito gusto y que además de ser fiel seguidor de los
clásicos alemanes se interesó, junto a Manuel Aguirre, por los géneros
tradicionales que se cantaban en una campiña que distaba de la ciudad unos
cuantos metros. La música arequipeña académica, que en el siglo XIX y XX se
diferenciaba poco de la de salón, tuvo un antes y después de la aparición de
este hombre, cuya enseñanza se transmitió a toda una generación de compositores
que lo estudiaron obligatoriamente para escribir obras, a veces parecidas,
otras antagónicas, bien para emularlo o bien para sacudirse el terrible peso de
su ejemplo. Después de eso, su paso a la leyenda era inevitable y se le sigue
considerando el epónimo del creador genial, del artista-héroe que enfrenta
estoicamente un destino trágico.
Por eso este libro es tan valioso porque
rescata, basándose en fuentes familiares o escritas, pero sólidas todas ellas,
al verdadero Duncker, a su padre y a sus hermanos, evitando que el olvido, ese parásito
que corroe las memorias individuales y colectivas, termine de ensombrecer su
paso por este mundo. A poco menos de un siglo de su muerte, es indispensable
que se vuelva tangible su legado antes de que la imaginación urbana termine de
abandonarlo y se vuelva únicamente —ojalá no sea así—un pie de página en alguna
mención bibliográfica, un texto al pie de un busto broncíneo, o peor, el nombre
de una calle de quien nadie recuerda absolutamente nada. Para que su música sobreviva es indispensable
que se toque y para ello tanto músicos como auditores deben saber quiénes
fueron los Duncker y en qué época y circunstancias les tocó vivir y para que
Arequipa tome conciencia de sí misma y pueda construir un futuro coherente y
promisorio, debe recordar a quienes la hicieron. “Que por siempre tendrás
juventudes que renueven laureles de ayer”, como reza el himno de la ciudad, no
es un verso que habla únicamente de futuro sino que alude a memorias que no
pueden perderse con cada cambio generacional.
Zoila Vega
Enero de 2016.