La luz habita en los trigales

La luz habita en los trigales
Agregar a Favoritos

Colaboradores (Roles)

Prólogo

 

Así como la poesía es vía de acceso a las profundidades de la existencia humana —allí donde el cálculo y la ciencia tropiezan con la vanidad— así la vida cotidiana puede ser la vía de acceso al misterio de la Luz inaccesible que rodea nuestro ser en el mundo. Es fácil imaginar la escena del sol naciendo lentamente desde el oriente e iluminando el trigal color de oro que habita en nuestros campos andinos. Nada más cotidiano para el alma rural que se regocija frente al espectáculo de la vida que nace y que marca cada uno de sus actos jornaleros. Y quizá nada más ajeno para quien se devana en medio del frío concreto de este mundo. Cuántas veces fallamos en este intento por encontrar la luz. Cuántas veces con los rostros cabizbajos perdemos de vista que el principio de la visión humana nace del consorcio de la luz y el sentido. Es por ello que creo entender perfectamente de dónde nacen muchos de estos versos aquí plasmados. Soy consciente de la luz y la sombra que pretenden relatar, pero además de la experiencia cotidiana que tratan de dilucidar. Se trata de encontrar un aliciente para “dejarse erosionar por la frescura del río”, de poder elevar una plegaria al cielo con mayor intensidad, buscando aquella voz del trigo que revela en secreto el sentido de este camino, de este emigrar constantemente en busca de un fin que bien puede quedar en el vacío o bien puede ser el principio de la gloria de quien sabe conducir su naturaleza por la vía del amor. Sé que muchos de estos versos los inspira el amor a la vida, la solidaridad y la luz que penetra un corazón que pretende vivir intensamente cada pequeño momento como si fuera el último. No escondo el método y la rigurosidad que trasmite también la métrica libre en la que se desenvuelve este bello poemario. Sin embargo, pienso que en medio de los halagos y críticas que permite la auténtica amistad, está presente este inmenso deseo de regocijarse dulcemente en esa tenue luz que golpea el rostro en la mañana, en ese deseo de que nuestros ojos se cierren contemplando aquel evento magno del sol en el atardecer. Así, quisiera invitar al lector a dejarse llevar por la suave corriente que arrastra cada uno de los poemas. Alguno con una fuerza evocadora digna de admiración. Invitar al hombre común y al cristiano de a pie a dejarse tocar no por la persona sino por la Luz. Dejar que ella, que todo lo ilumina y todo lo calienta, sea quien dé brillo y relevancia a cada uno de los ángulos y enveses que a veces nuestra poquedad humana apenas puede considerar importante. No pretendo comentar los poemas, ni tampoco limitar la experiencia misma de su lectura, lo que aquí menciono no es más que la sangre que creo corre por las venas de este poemario. Además, no quisiera dejar de advertir al lector que “no todo lo que brilla es luz”. No todo lo que resplandece es precioso. A veces lo hermoso se esconde en lo simple y lo fatuo en el terciopelo. Que la hermosura de la lengua no permita que el lector se pierda en medio de las palabras y no alcance a notar la belleza de la existencia que vibra detrás de ellas. El armazón delicado de las palabras es más bien reflejo de aquella Luz que buscamos y que, como el autor mismo nos propone, a veces se esconde detrás de la sangre, del ocre terroso y de la aterradora cotidianidad. Hay que ser consciente de que la grandeza a veces más que genialidad es trabajo arduo, día a día, con el heroísmo de quien se anima a perseverar en un camino de luces y tinieblas que ya tiene un vencedor. Por último, simplemente agradecer a José la oportunidad de compartir tantos buenos momentos, tantas alegrías y tantos dolores. A veces basta solo estar ahí. Él lo sabe bien. Agradezco poder participar de su búsqueda, de poder compartir con él los matices de esta vida, a veces tan ruda, aveces tan dulce, a veces tan misteriosa. Poder participar de su obra es para mí más que un reconocimiento, un signo de amistad. Amistad que se desenvuelve en el silencio de los trigales, en la búsqueda de la transfigurada Luz de amanecida en donde sabemos podemos encontrar aquel Amor único y feliz que ha de abrirnos al misterio que en poesía a veces tratamos de desvelar.

Así como la poesía es vía de acceso a las profundidades de la existencia humana —allí donde el cálculo y la ciencia tropiezan con la vanidad— así la vida cotidiana puede ser la vía de acceso al misterio de la Luz inaccesible que rodea nuestro ser en el mundo. 

Es fácil imaginar la escena del sol naciendo lentamente desde el oriente e iluminando el trigal color de oro que habita en nuestros campos andinos. Nada más cotidiano para el alma rural que se regocija frente al espectáculo de la vida que nace y que marca cada uno de sus actos jornaleros.

Y quizá nada más ajeno para quien se devana en medio del frío concreto de este mundo. Cuántas veces fallamos en este intento por encontrar la luz. Cuántas veces con los rostros cabizbajos perdemos de vista que el principio de la visión humana nace del consorcio de la luz y el sentido.

Es por ello que creo entender perfectamente de dónde nacen muchos de estos versos aquí plasmados. Soy consciente de la luz y la sombra que pretenden relatar, pero además de la experiencia cotidiana que tratan de dilucidar. Se trata de encontrar un aliciente para “dejarse erosionar por la frescura del río”, de poder elevar una plegaria al cielo con mayor intensidad, buscando aquella voz del trigo que revela en secreto el sentido de este camino, de este emigrar constantemente en busca de un fin que bien puede quedar en el vacío o bien puede ser el principio de la gloria de quien sabe conducir su naturaleza por la vía del amor.

Sé que muchos de estos versos los inspira el amor a la vida, la solidaridad y la luz que penetra un corazón que pretende vivir intensamente cada pequeño momento como si fuera el último. No escondo el método y la rigurosidad que trasmite también la métrica libre en la que se desenvuelve este bello poemario. Sin embargo, pienso que en medio de los halagos y críticas que permite la auténtica amistad, está presente este inmenso deseo de regocijarse dulcemente en esa tenue luz que golpea el rostro en la mañana, en ese deseo de que nuestros ojos se cierren contemplando aquel evento magno del sol en el atardecer.

Así, quisiera invitar al lector a dejarse llevar por la suave corriente que arrastra cada uno de los poemas. Alguno con una fuerza evocadora digna de admiración. Invitar al hombre común y al cristiano de a pie a dejarse tocar no por la persona sino por la Luz. Dejar que ella, que todo lo ilumina y todo lo calienta, sea quien dé brillo y relevancia a cada uno de los ángulos y enveses que a veces nuestra poquedad humana apenas puede considerar importante. No pretendo comentar los poemas, ni tampoco limitar la experiencia misma de su lectura, lo que aquí menciono no es más que la sangre que creo corre por las venas de este poemario.

Además, no quisiera dejar de advertir al lector que “no todo lo que brilla es luz”. No todo lo que resplandece es precioso. A veces lo hermoso se esconde en lo simple y lo fatuo en el terciopelo. 

Que la hermosura de la lengua no permita que el lector se pierda en medio de las palabras y no alcance a notar la belleza de la existencia que vibra detrás de ellas. El armazón delicado de las palabras es más bien reflejo de aquella Luz que buscamos y que, como el autor mismo nos propone, a veces se esconde detrás de la sangre, del ocre terroso y de la aterradora cotidianidad. Hay que ser consciente de que la grandeza a veces más que genialidad es trabajo arduo, día a día, con el heroísmo de quien se anima a perseverar en un camino de luces y tinieblas que ya tiene un vencedor.

Por último, simplemente agradecer a José la oportunidad de compartir tantos buenos momentos, tantas alegrías y tantos dolores. A veces basta solo estar ahí. Él lo sabe bien. Agradezco poder participar de su búsqueda, de poder compartir con él los matices de esta vida, a veces tan ruda, aveces tan dulce, a veces tan misteriosa. Poder participar de su obra es para mí más que un reconocimiento, un signo de amistad. Amistad que se desenvuelve en el silencio de los trigales, en la búsqueda de la transfigurada Luz de amanecida en donde sabemos podemos encontrar aquel Amor único y feliz que ha de abrirnos al misterio que en poesía a veces tratamos de desvelar.


Juan David Quiceno

  • Ilustrado: No
  • Palabras Claves:

Clasificación temática

  • LIT014000 CRÍTICA LITERARIA > Poesía
  • 808.81 Literatura y retórica > Generalidades > Retórica y colecciones de literatura > Colecciones de textos literarios de más de una literatura > Colecciones de poesía
  • Poemarios

Prólogo

 

Así como la poesía es vía de acceso a las profundidades de la existencia humana —allí donde el cálculo y la ciencia tropiezan con la vanidad— así la vida cotidiana puede ser la vía de acceso al misterio de la Luz inaccesible que rodea nuestro ser en el mundo. Es fácil imaginar la escena del sol naciendo lentamente desde el oriente e iluminando el trigal color de oro que habita en nuestros campos andinos. Nada más cotidiano para el alma rural que se regocija frente al espectáculo de la vida que nace y que marca cada uno de sus actos jornaleros. Y quizá nada más ajeno para quien se devana en medio del frío concreto de este mundo. Cuántas veces fallamos en este intento por encontrar la luz. Cuántas veces con los rostros cabizbajos perdemos de vista que el principio de la visión humana nace del consorcio de la luz y el sentido. Es por ello que creo entender perfectamente de dónde nacen muchos de estos versos aquí plasmados. Soy consciente de la luz y la sombra que pretenden relatar, pero además de la experiencia cotidiana que tratan de dilucidar. Se trata de encontrar un aliciente para “dejarse erosionar por la frescura del río”, de poder elevar una plegaria al cielo con mayor intensidad, buscando aquella voz del trigo que revela en secreto el sentido de este camino, de este emigrar constantemente en busca de un fin que bien puede quedar en el vacío o bien puede ser el principio de la gloria de quien sabe conducir su naturaleza por la vía del amor. Sé que muchos de estos versos los inspira el amor a la vida, la solidaridad y la luz que penetra un corazón que pretende vivir intensamente cada pequeño momento como si fuera el último. No escondo el método y la rigurosidad que trasmite también la métrica libre en la que se desenvuelve este bello poemario. Sin embargo, pienso que en medio de los halagos y críticas que permite la auténtica amistad, está presente este inmenso deseo de regocijarse dulcemente en esa tenue luz que golpea el rostro en la mañana, en ese deseo de que nuestros ojos se cierren contemplando aquel evento magno del sol en el atardecer. Así, quisiera invitar al lector a dejarse llevar por la suave corriente que arrastra cada uno de los poemas. Alguno con una fuerza evocadora digna de admiración. Invitar al hombre común y al cristiano de a pie a dejarse tocar no por la persona sino por la Luz. Dejar que ella, que todo lo ilumina y todo lo calienta, sea quien dé brillo y relevancia a cada uno de los ángulos y enveses que a veces nuestra poquedad humana apenas puede considerar importante. No pretendo comentar los poemas, ni tampoco limitar la experiencia misma de su lectura, lo que aquí menciono no es más que la sangre que creo corre por las venas de este poemario. Además, no quisiera dejar de advertir al lector que “no todo lo que brilla es luz”. No todo lo que resplandece es precioso. A veces lo hermoso se esconde en lo simple y lo fatuo en el terciopelo. Que la hermosura de la lengua no permita que el lector se pierda en medio de las palabras y no alcance a notar la belleza de la existencia que vibra detrás de ellas. El armazón delicado de las palabras es más bien reflejo de aquella Luz que buscamos y que, como el autor mismo nos propone, a veces se esconde detrás de la sangre, del ocre terroso y de la aterradora cotidianidad. Hay que ser consciente de que la grandeza a veces más que genialidad es trabajo arduo, día a día, con el heroísmo de quien se anima a perseverar en un camino de luces y tinieblas que ya tiene un vencedor. Por último, simplemente agradecer a José la oportunidad de compartir tantos buenos momentos, tantas alegrías y tantos dolores. A veces basta solo estar ahí. Él lo sabe bien. Agradezco poder participar de su búsqueda, de poder compartir con él los matices de esta vida, a veces tan ruda, aveces tan dulce, a veces tan misteriosa. Poder participar de su obra es para mí más que un reconocimiento, un signo de amistad. Amistad que se desenvuelve en el silencio de los trigales, en la búsqueda de la transfigurada Luz de amanecida en donde sabemos podemos encontrar aquel Amor único y feliz que ha de abrirnos al misterio que en poesía a veces tratamos de desvelar.

Así como la poesía es vía de acceso a las profundidades de la existencia humana —allí donde el cálculo y la ciencia tropiezan con la vanidad— así la vida cotidiana puede ser la vía de acceso al misterio de la Luz inaccesible que rodea nuestro ser en el mundo. 

Es fácil imaginar la escena del sol naciendo lentamente desde el oriente e iluminando el trigal color de oro que habita en nuestros campos andinos. Nada más cotidiano para el alma rural que se regocija frente al espectáculo de la vida que nace y que marca cada uno de sus actos jornaleros.

Y quizá nada más ajeno para quien se devana en medio del frío concreto de este mundo. Cuántas veces fallamos en este intento por encontrar la luz. Cuántas veces con los rostros cabizbajos perdemos de vista que el principio de la visión humana nace del consorcio de la luz y el sentido.

Es por ello que creo entender perfectamente de dónde nacen muchos de estos versos aquí plasmados. Soy consciente de la luz y la sombra que pretenden relatar, pero además de la experiencia cotidiana que tratan de dilucidar. Se trata de encontrar un aliciente para “dejarse erosionar por la frescura del río”, de poder elevar una plegaria al cielo con mayor intensidad, buscando aquella voz del trigo que revela en secreto el sentido de este camino, de este emigrar constantemente en busca de un fin que bien puede quedar en el vacío o bien puede ser el principio de la gloria de quien sabe conducir su naturaleza por la vía del amor.

Sé que muchos de estos versos los inspira el amor a la vida, la solidaridad y la luz que penetra un corazón que pretende vivir intensamente cada pequeño momento como si fuera el último. No escondo el método y la rigurosidad que trasmite también la métrica libre en la que se desenvuelve este bello poemario. Sin embargo, pienso que en medio de los halagos y críticas que permite la auténtica amistad, está presente este inmenso deseo de regocijarse dulcemente en esa tenue luz que golpea el rostro en la mañana, en ese deseo de que nuestros ojos se cierren contemplando aquel evento magno del sol en el atardecer.

Así, quisiera invitar al lector a dejarse llevar por la suave corriente que arrastra cada uno de los poemas. Alguno con una fuerza evocadora digna de admiración. Invitar al hombre común y al cristiano de a pie a dejarse tocar no por la persona sino por la Luz. Dejar que ella, que todo lo ilumina y todo lo calienta, sea quien dé brillo y relevancia a cada uno de los ángulos y enveses que a veces nuestra poquedad humana apenas puede considerar importante. No pretendo comentar los poemas, ni tampoco limitar la experiencia misma de su lectura, lo que aquí menciono no es más que la sangre que creo corre por las venas de este poemario.

Además, no quisiera dejar de advertir al lector que “no todo lo que brilla es luz”. No todo lo que resplandece es precioso. A veces lo hermoso se esconde en lo simple y lo fatuo en el terciopelo. 

Que la hermosura de la lengua no permita que el lector se pierda en medio de las palabras y no alcance a notar la belleza de la existencia que vibra detrás de ellas. El armazón delicado de las palabras es más bien reflejo de aquella Luz que buscamos y que, como el autor mismo nos propone, a veces se esconde detrás de la sangre, del ocre terroso y de la aterradora cotidianidad. Hay que ser consciente de que la grandeza a veces más que genialidad es trabajo arduo, día a día, con el heroísmo de quien se anima a perseverar en un camino de luces y tinieblas que ya tiene un vencedor.

Por último, simplemente agradecer a José la oportunidad de compartir tantos buenos momentos, tantas alegrías y tantos dolores. A veces basta solo estar ahí. Él lo sabe bien. Agradezco poder participar de su búsqueda, de poder compartir con él los matices de esta vida, a veces tan ruda, aveces tan dulce, a veces tan misteriosa. Poder participar de su obra es para mí más que un reconocimiento, un signo de amistad. Amistad que se desenvuelve en el silencio de los trigales, en la búsqueda de la transfigurada Luz de amanecida en donde sabemos podemos encontrar aquel Amor único y feliz que ha de abrirnos al misterio que en poesía a veces tratamos de desvelar.


Juan David Quiceno

  • Productos relacionados